La naturaleza nos llama a volver a donde fuimos felices, donde nuestros ojos se inundan de colores y todos los aromas nos llenan los sentidos. Volveremos siempre a donde nos acaricien los recuerdos, donde la memoria sea la chimenea cálida del invierno de la realidad, donde nos podamos contemplar felices a lo lejos.
Si hubiera sabido de antemano las cicatrices que en mi mente han quedado probablemente hubiera decidido no amar tan profusamente algunas veces y aunque presumo altivamente los daños que en el corazón han dejado, sería prudente recordar algunas cosas menos seguido.
La paz nunca ha llegado.