Un día, a la hora menos esperada, el poeta despertó de su letargo, le pareció que su somnolencia había sido eterna, se levantó y miró su escritorio igual como lo había dejado, el cajón derecho de su escritorio lleno de notas, según recordaba la última vez que lo miró estaba vacio.
Tomó pluma y papel, pero no pudo escribir, buscó su vieja máquina de escribir, pero al tenerla frente a sí, sus manos parecieron entumirse repentinamente, trató de mirar hacia su pensamiento, pero podía escuchar como sus ideas caían al vacio, como cuando se tirá una roca en algún precipicio, trató de bajar a su corazón, pero era demasiado oscuro para llegar allí en ese momento y desistió.
Finalmente, como todo hombre de Fe, miró al cielo y pidió una explicación, no de su letargo, ni de su vacío, ni siquiera de su infructuosa busqueda dentro de si mismo. Él, tan solo quería saber, como podía seguir adelante, dedicandole prosas al viento o a la primera mujer que pase, a la luna o al primer rocío de la mañana, a los malentendidos o a las noches sin luciernagas.
Dios, desde su lecho sabio, le mandó un mensaje con la luz de las estrellas dibujada sobre las olas de una noche aparentemente triste, leyó en el mensaje que su misión a veces consistía en componer versos inconclusos, no porque no existiesen los finales adecuados o las palabras correctas, sino porque en la vida, el quehacer del ser humano, es darle el toque a la vida que le hace falta, hacer que los versos rimen, hacer que las prosas hablen.
Miró a su corazón y encontró la primera pieza de su rompecabezas, la capacidad de amar trasciende las fronteras del poeta, asi como dejarse amar por la vida, pulirse en soledades y nostalgias, dudas e insabores, el amor es una consecuencia "del amar" y no una casualidad humana.
Tomo su pluma... No pensó en nadie y comenzó a escribir.
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Es una alegría inmensa estar de vuelta, hay tanto hacia adelante,
nunca existirá el momento perfecto, sólo existe el momento de la
decisión, amar como sino existiera otra posibilidad.
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